Giliana Kudsha
Abriendo el Corazón
No permitan que los prejuicios obstaculicen el amor hacia sus semejantes de otras partes del mundo, aquellos que provienen de culturas distintas a las suyas.
Es fundamental abrir el corazón y reconocer la riqueza que la diversidad cultural aporta a la vida. Al aceptar y valorar las diferencias, fortalecemos los lazos de fraternidad y entendimiento entre todos los habitantes de este planeta. La verdadera grandeza reside en la capacidad de amar y respetar a quienes son diferentes, reconociendo que, a pesar de las variaciones, todos ustedes son parte de la misma humanidad.
El Corán purificado es parte de sus escrituras, junto con el Tanaj, el Nuevo Testamento, el Evangelio del Profeta Mani, el Oahspe, el Libro de la Verdad y otros.
Estos son sus hermanos y hermanas en la Religión de la Luz. Ellos forman parte del Pacto Unido. Son amados por el Padre de la Grandeza.
Si deseas leer y comprender mejor el Corán en su estado purificado, puedes hablar conmigo al respecto.
Enseñanzas de la Luz Capítulo 93:
Líderes Mundiales
1 Poned vuestra confianza en Dios, porque ningún líder elegido puede perfeccionar vuestra alma o concederos la vida eterna.
2 Los líderes mundiales nunca os pueden dar la salvación de vuestra alma, ni tampoco los líderes religiosos falsos.
3 Detesto a todos los dictadores malvados, porque no existen para servir a los demás seres humanos, sino que se colocan a sí mismos para gobernar con orgullo y arrogancia. Tales personas no tienen ningún lugar en el Reino de la Luz.
4 El Reino de la Luz llevará a la destrucción a toda clase de líderes mundiales que no adoren al Padre de la Grandeza y que no sirvan a Su gente.
El Libro de la Verdad: El Episodio de la Coronación – 152:3; La Transfiguración – 158:1.1-10 (suplementario: 158:2.1-158:3.6):
3. El Episodio de la Coronación
152:3.1
Este festín para las cinco mil personas, mediante la energía sobrenatural, fue otro de esos casos en los que la piedad humana se sumó al poder creador para dar como resultado lo que sucedió. Ya la multitud había sido saciada, y allí mismo y en ese instante la fama de Jesús tanto se acrecentó por este extraordinario portento, que la idea de apoderarse del Maestro y proclamarlo rey ya no necesitaba de ningún cabecilla. La idea pareció propagarse como un contagio entre la muchedumbre. La reacción de la multitud ante esta satisfacción repentina y espectacular de sus necesidades físicas fue profunda y sobrecogedora. Por mucho tiempo a los judíos se les había enseñado que el Mesías, el hijo de David, cuando viniera, inundaría la tierra, nuevamente, con leche y miel, y que el pan de la vida llovería sobre ellos como había supuestamente caído el maná del cielo sobre sus antepasados en el desierto. ¿Acaso todas estas expectativas no habían sido plenamente satisfechas ante sus ojos? Cuando esta multitud hambrienta y sin alimentos se sació de alimento milagroso, tan sólo hubo una reacción unánime: «He aquí a nuestro rey». Había llegado el liberador portentoso de Israel. En los ojos de esta gente de mente sencilla, el poder de dar de comer llevaba en sí mismo el derecho al gobierno. No es pues de extrañar que la multitud, en cuanto terminó su festín, se puso de pie al unísono clamando: «¡Hacedlo rey!».
152:3.2
Este poderoso grito entusiasmó a Pedro y a los entre los apóstoles que aún mantenían la esperanza de que Jesús afirmara su derecho a gobernar. Pero, poco durarían estas falsas esperanzas. Aún se oían los ecos de este poderoso grito de la multitud que rebotaban de las rocas cercanas, cuando Jesús se trepó a una enorme piedra y, levantando la mano derecha para imponer silencio, dijo: «Hijitos míos, vosotros tenéis buenas intenciones, pero sois de vista corta y de mentalidad material». Hubo una corta pausa; este fornido galileo se erguía majestuoso contra el resplandor encantador del atardecer oriental. Cada centímetro de su semblante se veía verdaderamente como el de un rey mientras siguió hablando a la multitud que lo contemplaba sin aliento: «Vosotros queréis hacerme rey, no porque vuestra alma se haya iluminado de una gran verdad, sino porque vuestro estómago está lleno de pan. ¿Cuántas veces os he dicho que mi reino no es de este mundo? Este reino del cielo que nosotros proclamamos es una hermandad espiritual, y ningún hombre gobierna sobre este reino sentado en un trono material. Mi Padre en el cielo es el omnisapiente y todopoderoso Gobernante de esta hermandad espiritual de los hijos de Dios en la tierra. ¿Es que tanto he fallado en revelaros al Padre de los espíritus, que vosotros queréis hacer de su Hijo en la carne un rey? Idos pues todos a casa. Si debéis tener rey, que el Padre de las luces sea coronado en el corazón de cada uno de vosotros como el espíritu Gobernante de todas las cosas».
152:3.3
Estas palabras de Jesús despidieron a la multitud, pasmada y desilusionada. Muchos de los que habían creído en él, se fueron y, a partir de ese día, ya no le siguieron. Los apóstoles estaban anonadados; permanecieron de pie en silencio, reunidos alrededor de los doce canastos llenos de trozos de comida; sólo el mandadero, el mancebo Marcos, dijo: «Y se negó a ser nuestro rey». Jesús, antes de irse por su cuenta a las colinas, se volvió hacia Andrés y dijo: «Lleva a tus hermanos de vuelta a la casa de Zebedeo y ora con ellos, especialmente por tu hermano, Simón Pedro».
1. La Transfiguración
158:1.1
Temprano por la mañana del lunes 15 de agosto, Jesús y los tres apóstoles comenzaron su ascensión al Monte Hermón, seis días después de la memorable confesión de Pedro, un mediodía a la orilla del camino bajo las moreras.
158:1.2
Jesús había sido llamado para ascender solo a la montaña, para tratar importantes asuntos que tenían que ver con el progreso de su autootorgamiento, en cuanto se relacionaba esta experiencia con el universo de su creación. Es significativo que este extraordinario evento aconteciera precisamente cuando Jesús y los apóstoles estaban en tierra de los gentiles, y que efectivamente ocurrió en una montaña de gentiles.
158:1.3
Llegaron a su destino, aproximadamente a mitad de camino por la montaña, poco después de mediodía, y mientras almorzaban, Jesús relató a los tres apóstoles algo de su experiencia en las colinas al este del Jordán, poco después de su bautismo, así como también un poco más de su experiencia en el Monte Hermón en relación con su visita anterior a este retiro solitario.
158:1.4
Cuando era niño, Jesús acostumbraba ascender a las colinas cerca de su casa y soñar con las batallas de los ejércitos de los imperios en las planicies de Esdraelón; ahora, ascendía el Monte Hermón para recibir la dotación que lo prepararía para descender a las planicies del Jordán y ejecutar las escenas finales del drama de su autootorgamiento en Urantia. El Maestro podría haber abandonado la lucha este día en el Monte Hermón, volviendo al gobierno de sus dominios universales, pero no solamente eligió cumplir con los requisitos de su orden de filiación divina, comprendidos en el mandato del Hijo Eterno del Paraíso, sino que también eligió enfrentarse con la última y plena medida de la voluntad presente de su Padre del Paraíso. En este día de agosto, tres de sus apóstoles le vieron rehusar que le confirieran la autoridad plena del universo. Ellos contemplaron pasmados mientras partían los mensajeros celestiales, dejándolo solo para terminar su vida terrenal como Hijo del Hombre y como Hijo de Dios.
158:1.5
La fe de los apóstoles llegó a su cumbre en el momento del episodio de la alimentación de los cinco mil, habiendo caído después rápidamente hasta casi cero. Pero ahora, debido a que el Maestro había admitido su divinidad, la retardada fe de los doce se elevó hasta su más alta cúspide en las siguientes pocas semanas, sólo para declinar después progresivamente. La tercera revitalización de su fe no ocurrió hasta después de la resurrección del Maestro.
158:1.6
Eran aproximadamente las tres de esta bella tarde cuando Jesús se despidió de los tres apóstoles, diciendo: «Me alejo a solas por un tiempo, para comulgar con el Padre y sus mensajeros; os exhortó que os quedéis aquí y, mientras aguardáis mi retorno, oréis porque se haga la voluntad del Padre en toda vuestra experiencia en relación con el resto de la misión autootorgadora del Hijo del Hombre». Después de hablarles así, Jesús se retiró para conferenciar largamente con Gabriel y con el Padre Melquisedek, y no retornó hasta aproximadamente las seis de la tarde. Cuando Jesús vio la ansiedad de sus apóstoles por su prolongada ausencia, dijo: «¿Por qué temíais? Bien sabéis que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre; ¿por qué dudáis cuando yo no estoy con vosotros? Declaro ahora que el Hijo del Hombre ha elegido continuar con su vida plena en vuestro medio y como uno de vosotros. Estad de buen ánimo; no os abandonaré hasta no haber terminado mi obra».
158:1.7
Mientras compartían la escasa cena, Pedro preguntó al Maestro: «¿Por cuánto tiempo nos quedaremos en esta montaña, lejos de nuestros hermanos?» Jesús contestó: «Hasta que veáis la gloria del Hijo del Hombre y conozcáis que todo lo que os he declarado es verdad». Hablaron pues de los asuntos de la rebelión de Lucifer mientras estaban sentados alrededor de las brasas centelleantes del fuego que habían encendido, hasta que los envolvieron las tinieblas y los párpados de los apóstoles se hicieron pesados porque habían empezado su viaje muy temprano esa mañana.
158:1.8
Los tres dormían profundamente desde hacía una media hora, cuando fueron repentinamente despertados por un cercano ruido chispeante, y ante su maravilla y consternación, al mirar a su alrededor, contemplaron a Jesús en íntima conversación con dos seres resplandecientes vestidos con los indumentos de luz del mundo celestial. Y el rostro y la silueta de Jesús brillaban con la luminosidad de una luz celestial. Estos tres conversaban en un extraño idioma, pero por ciertas cosas dichas, Pedro conjeturó erróneamente que los seres con Jesús eran Moisés y Elías; en realidad, eran Gabriel y el Padre Melquisedek. Los controladores físicos habían dispuesto, por solicitud de Jesús, que los apóstoles presenciaran esta escena.
158:1.9
Los tres apóstoles estaban tan asustados que les llevó un tiempo en recuperarse completamente, pero Pedro, que fue el primero en volver en sí, dijo, mientras la deslumbrante visión se desvanecía ante ellos y observaban a Jesús, de pie solo: «Jesús, Maestro, es bueno haber estado aquí. Nos regocijamos de ver esta gloria. No queremos volver a descender al mundo ignominioso. Si tú quieres, déjanos morar aquí, y erigiremos tres tiendas, una para ti, una para Moisés, y otra para Elías». Pedro dijo esto debido a su confusión y porque en ese momento no se le ocurría ninguna otra cosa.
158:1.10
Mientras Pedro aún estaba hablando, cayó una nube plateada que los envolvió a los cuatro en sombras. Los apóstoles se aterrorizaron aun más, y al caer de bruces para adorar, oyeron una voz, la misma que había hablado en ocasión del bautismo de Jesús, decir: «Éste es mi Hijo amado; prestadle atención». Y cuando se hubo desvanecido la nube, nuevamente estuvo Jesús solo con los tres y se inclinó y los tocó, diciendo: «Levantaos y no temáis; veréis cosas aun más grandes que ésta». Pero los apóstoles estaban verdaderamente aterrorizados; al prepararse para descender la montaña, poco antes de la medianoche, formaban un trío silencioso y pensativo.