Giliana Kudsha
Demostrar Bondad Amorosa
Hijos e hijas de la luz, hay mucho trabajo por hacer en los hogares y congregaciones de los Pactarios. El pueblo de Jehová necesita enfocar su atención en el corazón desarrollando una mejor actitud con respecto a la bondad amorosa hacia los demás. Para hacer esto, uno debe entender qué es la bondad amorosa. El Oahspe revela la importancia de ayudar a vuestros semejantes, educándolos en asuntos espirituales vitales y ayudándolos en sus momentos de necesidad con comida y refugio según vuestras capacidades.
A medida que continuéis estudiando y meditando sobre las palabras de Jehová, llegaréis a una mejor comprensión de cómo demuestra Su amor hacia Su creación. Acercaos a Jehová, contemplad sobre Su amor e imitad Su bondad. Al hacerlo, desarrollaréis un corazón de bondad amorosa hacia toda la creación.
Al demostrar bondad amorosa hacia otras personas de todo tipo, en todo momento, subiréis de grado y seréis elevados a los cielos superiores en la presencia del Eterno.
Enseñanzas de la Luz Capítulo 36:
Los Discípulos
1 Un discípulo debe ser un ejemplo positivo a seguir por otros en el mundo.
2 Todos los discípulos que practican la Fe de todo corazón y que respetan los principios de la Religión de la Luz son valiosos y queridos por Jehová y los Mensajeros Divinos.
3 Los discípulos son valiosos para mí, como mis propios hijos e hijas.
4 Reza a menudo a Jehová para que te guíe, pide consejo a los Elegidos y busca perdón mediante la ofrenda de limosnas.
Libro de la Verdad, La Discusión sobre la Riqueza 163:3.1-7, y la Traición y el Arresto de Jesús, La Voluntad del Padre, Judas en la Ciudad, y el Arresto del Maestro, 183:0-3:
3. La Discusión Sobre la Riqueza
163:3.1
Cuando Jesús terminó de hablar con Matadormo, Pedro y algunos de los apóstoles se habían reunido a su alrededor, y al partir el rico joven, Jesús se volvió para enfrentarse con los apóstoles y dijo: «¡Veis cuán difícil es para los que tienen riquezas entrar de lleno en el reino de Dios! La adoración espiritual no puede ser compartida con las devociones materiales; ningún hombre puede servir a dos amos. Tenéis un dicho de que ‘es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que los paganos hereden la vida eterna’. Y yo os declaro que es más fácil para ese camello pasar por el ojo de la aguja, que para estos ricos autosatisfechos entrar al reino del cielo».
163:3.2
Cuando Pedro y los apóstoles oyeron estas palabras, se quedaron extremadamente sorprendidos, tanto que Pedro dijo: «¿Quién pues, Señor, puede ser salvado? ¿Es que todos los que tienen riquezas deberán ser excluidos del reino?» Jesús replicó: «No, Pedro, pero todos los que pongan su confianza en las riquezas difícilmente podrán entrar en la vida espiritual que conduce al progreso eterno. Pero aun entonces, mucho de lo que es imposible para el hombre, no está más allá del alcance del Padre en el cielo; más bien deberíamos reconocer que con Dios todo es posible».
163:3.3
Cada cual se fue por su lado y Jesús lamentó que Matadormo no permaneciera con ellos porque lo amaba grandemente. Cuando bajaron al lago, se sentaron junto al agua y Pedro, hablando por lo doce (que estaban todos presentes en ese momento), dijo: «Nos preocupan tus palabras al joven rico. ¿Debemos pedir a los que quieran seguirte que abandonen sus riquezas mundanas?» Jesús dijo: «No, Pedro, sólo los que quieren ser apóstoles, y los que desean vivir conmigo como vosotros lo hacéis y como una familia. Pero el Padre requiere que el afecto de sus hijos sea puro y total. Cualquier cosa o persona que se entrometa entre vosotros y el amor de las verdades del reino debe ser abandonada. Si la riqueza no invade los precintos del alma, no tiene consecuencia alguna en la vida espiritual de los que quieran entrar en el reino».
163:3.4
Entonces dijo Pedro: «Pero, Maestro, nosotros lo hemos abandonado todo para seguirte, ¿qué tendremos nosotros?» Y Jesús les dijo a los doce: «De cierto, de cierto os digo, no hay hombre que haya abandonado riqueza, hogar, esposa, hermanos, padres o hijos por mí y por el reino del cielo que no reciba muchas veces más en este mundo—tal vez con algunas persecuciones– y en el mundo venidero, la vida eterna. Pero muchos que ahora son los primeros, serán los últimos, mientras que los últimos, frecuentemente, serán los primeros. El Padre trata a sus criaturas de acuerdo con las necesidades de ellas y en obediencia a sus leyes justas de consideración misericordiosa y amante por el bienestar del universo.
163:3.5
«El reino del cielo es como un amo que empleaba a muchos hombres, y que salió temprano por la mañana para contratar obreros para que trabajaran en su viña. Después de acordar con los trabajadores que les pagaría un denario por día, los mandó a las viñas. Entonces salió a eso de las nueve, y viendo a otros obreros parados ociosos en el mercado, les dijo: ‘id vosotros también a trabajar en mi viña y lo que sea justo os pagaré’. Y se fueron inmediatamente a trabajar. Nuevamente salió a eso de las doce y a eso de las tres e hizo lo mismo. Yendo al mercado alrededor de las cinco de la tarde, encontró aún otros obreros parados ociosamente, y les preguntó, ‘¿por qué estáis ociosos todo el día?’ Los hombres contestaron, ‘porque nadie nos ha empleado’. Entonces dijo el amo: ‘id vosotros también a trabajar en mi viña, y lo que sea justo os pagaré’.
163:3.6
«Cuando llegó la noche, el amo de la viña dijo a su asistente: ‘llama a los trabajadores y págales su jornal, empezando por los últimos empleados y terminando con los primeros’. Cuando los que habían sido empleados a eso de las cinco llegaron, recibieron un denario cada uno y así fue con cada uno de los otros trabajadores. Cuando los hombres que fueron contratados al principio del día vieron como se les retribuía a los que habían llegado más tarde, esperaban recibir más que el monto acordado. Pero como los otros, cada hombre recibió tan sólo un denario. Y cuando cada uno hubo recibido su paga, se quejaron al amo, diciendo: ‘Estos hombres que fueron empleados de último trabajaron sólo una hora, sin embargo les has pagado lo mismo que a nosotros que hemos llevado la carga todo el día bajo el sol abrasador’.
163:3.7
«Entonces contestó el amo: ‘Amigos míos, no cometo ninguna injusticia. ¿Acaso no acordasteis trabajar por un denario por día? Tomad pues lo que es vuestro e id por vuestro camino porque es mi deseo dar a los que llegaron de último tanto como os he dado a vosotros. ¿Acaso no está permitido por la ley que haga lo que quiera con lo mío? ¿Acaso os resentís por mi generosidad, porque deseo hacer el bien y mostrar misericordia?’»
La Traición y el Arresto de Jesús
183:0.1
CUANDO Jesús despertó por última vez a Pedro, Santiago y Juan, sugirió que se fueran a sus tiendas y reposaran para prepararse para los deberes del mañana. Pero a esta altura, los tres apóstoles estaban completamente despiertos; habían descansado con sus cortas siestas, y además, estaban estimulados y animados por la llegada de dos agitados mensajeros que preguntaron por David Zebedeo y se fueron de prisa a buscarlo en cuanto Pedro les indicó el lugar donde aquél estaba de centinela.
183:0.2
Aunque ocho de los apóstoles estaban profundamente dormidos, los griegos, acampados a su lado, estaban más preocupados por los posibles acontecimientos, tanto es así que habían apostado un centinela para que diera la alarma en caso de que hubiera peligro. Cuando estos dos mensajeros llegaron apresuradamente al campamento, el centinela griego inmediatamente despertó a sus conciudadanos, quienes emergieron de sus tiendas, completamente vestidos y armados. El campamento todo estaba despierto excepto los ocho apóstoles; Pedro deseaba llamar a sus asociados, pero Jesús se lo prohibió perentoriamente. El Maestro les advirtió tiernamente que se volviesen a sus tiendas, pero ellos no estaban dispuestos a cumplir con su sugerencia.
183:0.3
Como no pudo dispersar a sus seguidores, el Maestro los dejó y descendió al lagar, cerca de la entrada al parque de Getsemaní. Aunque los tres apóstoles, los griegos y otros acampantes titubearon en seguirlo inmediatamente, Juan Marcos cortó camino, corriendo entre los olivares y se metió en un pequeño cobertizo cerca del lagar. Jesús se retiró del campamento y se alejó de sus amigos, con el objeto de que los que venían a arrestarlo pudieran hacerlo, cuando llegaran, sin perturbar a sus apóstoles. El Maestro temía que se despertaran sus apóstoles y presenciaran su arresto, y que el espectáculo de la traición de Judas despertara de tal manera su animosidad como para impulsarlos a resistir a los soldados terminando así apresados con él. Temía que, si eran arrestados con él, también pudieran perecer con él.
183:0.4
Aunque Jesús sabía que el proyecto de matarlo se había originado en los concilios de los líderes de los judíos, también se daba cuenta de que estos esquemas nefastos tenían la plena aprobación de Lucifer, Satanás y Caligastia. Bien sabía él que estos rebeldes de los reinos tendrían sumo agrado en ver a todos los apóstoles destruidos con él.
183:0.5
Jesús se sentó a solas, sobre el lagar, y allí aguardó la llegada del traidor, y tan sólo fue visto en este momento por Juan Marcos y las innumerables huestes de observadores celestiales.
1. La Voluntad del Padre
183:1.1
Se corre gran peligro de interpretar erróneamente el significado de numerosos dichos y muchos acontecimientos asociados con la terminación de la carrera del Maestro en la carne. El tratamiento cruel de Jesús a manos de ignorantes criados y soldados endurecidos, la forma injusta en que se condujo su juicio, y la actitud fría de los profesos líderes religiosos, no se deben confundir con el hecho de que Jesús, al someterse pacientemente a este sufrimiento y humillación, estaba verdaderamente haciendo la voluntad del Padre en el Paraíso. Era, efectivamente y en verdad, voluntad del Padre que su Hijo bebiera hasta el fondo de la copa de la experiencia mortal, desde el nacimiento hasta la muerte, pero el Padre en el cielo nada tuvo que ver con la instigación de la conducta bárbara de aquellos supuestamente civilizados seres humanos que tan brutalmente torturaron al Maestro y tan horriblemente acumularon indignidades sucesivas sobre su persona que no ofrecía resistencia. Estas experiencias inhumanas y tremendas que Jesús tuvo que soportar en las horas finales de su vida mortal no fueron en ningún sentido parte de la voluntad divina del Padre, que su naturaleza humana había jurado tan triunfalmente llevar a cabo en el momento de la sumisión final del hombre a Dios, así como lo señaló en las tres oraciones que oró en el jardín mientras sus agotados apóstoles dormían el sueño del cansancio físico.
183:1.2
El Padre en el cielo deseaba que el Hijo auto otorgador completara su carrera terrenal en forma natural, así como todos los mortales deben terminar su vida en la tierra y en la carne. Los hombres y mujeres comunes no pueden esperar dispensaciones especiales que faciliten sus últimas horas en la tierra y el episodio de su muerte. Por lo tanto, Jesús eligió dar su vida en la carne de la manera que estaba de acuerdo con el proceso de los acontecimientos naturales negándose en todo momento a liberarse de las garras crueles de la malvada conspiración de los acontecimientos inhumanos que se sucedieron con espantosa certeza hacia su humillación increíble y muerte ignominiosa. Cada átomo de esta asombrosa manifestación de odio y de esta demostración de crueldad sin precedentes fue obra de hombres malvados y mortales malignos. No fue voluntad de Dios en el cielo, tampoco fue dictada por los archienemigos de Jesús, aunque mucho hicieron ellos para asegurarse de que los mortales malvados y despreocupados rechazaran así al Hijo auto otorgador. Hasta el padre del pecado volvió la cara lejos del dolorosísimo horror del espectáculo de la crucifixión.
2. Judas en la Ciudad
183:2.1
Después de abandonar Judas tan abruptamente la mesa durante la última cena, fue directamente a casa de su primo, y de allí los dos fueron derecho a ver al capitán de los guardianes del templo. Judas le pidió al capitán que reuniera a los guardianes y le informó de que estaba listo para conducirlos a Jesús. Judas había aparecido en la escena un poco antes de lo que se esperaba, hubo cierta demora en partir para la casa de Marcos, donde Judas esperaba encontrar a Jesús aún en conversación con los apóstoles. El Maestro y los once salieron de la casa de Elías Marcos unos quince minutos antes de que llegaran el traidor y los guardianes. Para cuando llegaron los guardias a la casa de Marcos, Jesús y los once ya estaban fuera de los muros de la ciudad, camino al campamento en el Oliveto.
183:2.2
Judas se perturbó mucho por no haber encontrado a Jesús en la casa de Marcos y en compañía de los once, sólo dos de los cuales estaban armados para defenderse. El sabía que, por la tarde, cuando salieron del campamento, sólo Simón Pedro y Simón el Zelote ceñían espadas; Judas esperaba apresar a Jesús mientras la ciudad dormía, y había pocas posibilidades de resistencia. El traidor temía que, si esperaba que ellos volvieran al campamento, allí se encontrarían unos sesenta discípulos devotos; también sabía que Simón el Zelote tenía en su posesión una buena cantidad de armas. Judas se estaba poniendo cada vez más nervioso al meditar sobre cómo lo detestarían los once leales apóstoles y temía que intentaran destruirlo. No sólo era él desleal, sino que íntimamente era un verdadero cobarde.
183:2.3
Al no encontrar a Jesús en el aposento superior, Judas pidió al capitán de los guardianes que regresaran al templo. A esta altura los dirigentes habían empezado a reunirse en la casa del sumo sacerdote, preparándose para recibir a Jesús, puesto que habían acordado con el traidor que Jesús sería arrestado a la medianoche de ese día. Judas explicó a sus asociados que habían llegado tarde para encontrar a Jesús en la casa de Marcos, y que sería necesario ir a Getsemaní para arrestarlo. El traidor siguió diciendo que más de sesenta seguidores devotos estaban acampados con él, y que todos ellos estaban bien armados. Los dirigentes de los judíos recordaron a Judas que Jesús siempre había predicado la resistencia pasiva, pero Judas replicó que no podían confiar en que todos los seguidores de Jesús obedecieran esta enseñanza. Realmente temía por su vida, y por consiguiente se atrevió a pedir una compañía de cuarenta soldados armados. Puesto que las autoridades judías no contaban con una fuerza tan numerosa de hombres armados bajo su jurisdicción, fueron inmediatamente a la fortaleza de Antonia y pidieron al comandante romano que les diera esta compañía; pero cuando él oyó que tenían la intención de arrestar a Jesús, se negó inmediatamente a acceder a su solicitud y los refirió a su oficial superior. Así pues pasó más de una hora en la que fueron ellos de una autoridad a la otra hasta verse finalmente obligados a ir al mismo Pilato para obtener el permiso de emplear soldados armados romanos. Era tarde cuando llegaron a la casa de Pilato, y él ya se había retirado con su mujer a sus aposentos privados. No quería tener nada que ver con esta empresa, sobre todo porque su mujer le había pedido que no concediera esta petición. Pero, como el presidente oficial del sanedrín judío estaba presente para hacer una solicitud personal de ayuda, el gobernador decidió que le convenía concederle lo que quería razonando que, más adelante, podría él arreglar los posibles entuertos que acaso ellos ocasionaran.
183:2.4
Por lo tanto, cuando Judas Iscariote salió del templo, alrededor de media hora después de los once, iba acompañado por más de sesenta personas: guardianes del templo, soldados romanos, y siervos curiosos de los altos sacerdotes y de los líderes.
3. El Arresto del Maestro
183:3.1
A medida que iba acercándose al jardín este grupo de soldados y guardianes armados con sus antorchas y linternas, Judas se adelantó al grupo con el objeto de identificar rápidamente a Jesús para facilitar su arresto antes de que sus asociados pudieran acudir en su defensa. También había otra razón por la cual Judas eligió ir adelante de los enemigos del Maestro: pensó que así, tal vez parecería que él había llegado a la escena antes que los soldados, de manera tal que los apóstoles y otros reunidos alrededor de Jesús no lo relacionaran directamente con los guardias armados que tan de cerca lo seguían. Aun pensó Judas que tal vez podía hacerse el que se había dado prisa para advertirles la llegada de los arrestadores, pero este plan fue desbaratado por la salutación desenmascadora de Jesús al traidor. Aunque el Maestro habló a Judas con suavidad, lo saludó como a un traidor.
183:3.2
En cuanto vieron Pedro, Santiago y Juan, juntamente con unos treinta de los demás acampantes, el grupo armado y sus antorchas en la cresta de la colina, se percataron de que estos soldados venían a arrestar a Jesús, y todos ellos descendieron de prisa al lagar donde estaba el Maestro sentado solitario, iluminado por la luna. Por un lado se iba acercando el grupo de soldados y por el otro los tres apóstoles y sus asociados. Cuando se adelantó Judas acercándose al Maestro, los dos grupos se quedaron inmóviles, el Maestro situado entre ambos y Judas preparándose para impartirle el beso traicionero en la frente.
183:3.3
Había sido esperanza del traidor que podría, después de conducir a los guardias hasta Getsemaní, señalar simplemente a los soldados cuál era Jesús, o cuanto más llevar a cabo la promesa de saludarlo con un beso, y luego retirarse rápidamente de la escena. Judas mucho temía que estuvieran todos los apóstoles presentes, y que concentraran su ataque contra él en retribución por su atrevimiento al traicionar a su maestro amado. Pero cuando el Maestro lo saludó como a un traidor, tan confundido estuvo que no intentó escapar.
183:3.4
Jesús realizó un último esfuerzo para salvar a Judas del acto de traición en cuanto que antes de que el traidor pudiera llegar hasta él, se hizo a un lado, y dirigiéndose al soldado situado en el extremo izquierdo, el capitán de los romanos, dijo: «¿A quién buscáis?» El capitán respondió: «A Jesús de Nazaret». Entonces Jesús inmediatamente se presentó frente al oficial, e incorporándose con la calma majestad del Dios de toda esta creación dijo: «Yo soy». Muchos en este grupo armado habían escuchado a Jesús enseñar en el templo, otros sabían de sus obras poderosas, y cuando lo oyeron anunciar tan audazmente su identidad, los que estaban en primera fila retrocedieron. Los sobrecogió el asombro ante este calmo y majestuoso anuncio de su identidad. No había, pues, necesidad alguna de que Judas cumpliera con su plan de traición. El Maestro se había revelado audazmente a sus enemigos, y podrían haberlo ellos arrestado sin la ayuda de Judas. Pero el traidor tenía que hacer algo para justificar su presencia con este grupo armado y, además, quería dejar sentado que estaba cumpliendo su parte del convenio de traición con los potentados de los judíos, porque quería asegurarse la gran recompensa y los honores que él creía que se acumularían sobre su persona, como premio por su promesa de entregarles a Jesús.
183:3.5
Mientras se recuperaban los guardianes después de su impresión al ver por primera vez a Jesús y oír el sonido de su voz insólita, y mientras los apóstoles y discípulos se iban acercando cada vez más, Judas se enfrentó con Jesús y, besándole la frente, dijo: «Salve, Maestro e Instructor». Al abrazar así Judas a su Maestro, Jesús dijo: «Amigo, ¿acaso no basta con esto? ¿Aún quieres traicionar al Hijo del Hombre con un beso?»
183:3.6
Los apóstoles y discípulos quedaron literalmente paralizados por lo que vieron. Por un momento nadie se movió. Luego Jesús, desenredándose del abrazo traicionero de Judas, se acercó a los guardianes del templo y soldados y nuevamente preguntó: «¿A quién buscáis?» Nuevamente el capitán dijo: «A Jesús de Nazaret». Nuevamente contestó Jesús: «Ya os he dicho que yo soy. Si, por lo tanto, me buscáis, dejad que estos otros vayan por su camino. Estoy pronto para ir con vosotros».
183:3.7
Jesús estaba dispuesto a volver a Jerusalén con los guardianes, y el capitán y los soldados estaban dispuestos a permitir que los tres apóstoles y sus asociados se fueran en paz por su camino. Pero antes de que salieran, mientras Jesús estaba allí de pie esperando las órdenes del capitán, cierto Malco, el guarda espalda sirio del sumo sacerdote, se acercó a Jesús preparándose para atarle las manos a la espalda, aunque el capitán romano no había mandado que le ataran. Cuando Pedro y sus asociados vieron que su Maestro estaba siendo sometido a esta indignidad, ya no pudieron contenerse. Pedro desenfundó la espada y se abalanzó con los demás para destruir a Malco. Pero antes de que pudieran intervenir los soldados en defensa del siervo del sumo sacerdote, Jesús levantó la mano frente a Pedro en gesto de prohibición, y, con tono perentorio dijo: «Pedro, guarda tu espada. Los que a espada luchan, a espada mueren. ¿Acaso no comprendes que es voluntad de mi Padre que yo beba esta copa? Además, ¿acaso no sabes que, aun ahora, yo podría ordenar a más de doce legiones de ángeles y a sus asociados que me salven de las manos de estos pocos hombres?»
183:3.8
Aunque Jesús puso fin en forma eficaz a esta demostración de resistencia física de sus seguidores, ésta fue suficiente para despertar el temor del capitán de los guardianes, quien, con la ayuda de sus soldados, puso sus manos pesadas sobre Jesús y rápidamente lo ató. Mientras lo ataban las manos con fuertes cuerdas, Jesús les dijo: «¿Por qué me atacáis con espadas y palos como que si quisierais capturar a un ladrón? Yo estuve en el templo con vosotros todos los días, enseñando públicamente al pueblo, y no hicisteis esfuerzo alguno por apresarme».
183:3.9
Cuando Jesús estuvo atado, el capitán, temiendo que sus seguidores intentaran rescatarlo, dio órdenes de que fueran todos arrestados; pero los soldados no alcanzaron a llevar a cabo la acción porque, habiendo oído la orden de arresto del capitán, los seguidores de Jesús huyeron de prisa a la hondonada. Durante todo este tiempo, Juan Marcos había permanecido oculto en el cobertizo cercano. Cuando empezaron los soldados el camino de vuelta a Jerusalén con Jesús, Juan Marcos intentó salir de su cobertizo para unirse a los apóstoles y discípulos que habían huido; pero en cuanto se asomó, pasaba por ahí uno de los últimos de los soldados que volvía de perseguir a los discípulos en huida y, viendo al joven en su manto de lino, lo persiguió, llegando casi a apresarlo. En realidad, el soldado llegó tan cerca de Juan como para agarrar su manto, pero el joven se liberó del indumento, escapando desnudo mientras el soldado se quedaba con el manto vacío. Juan Marcos se abrió paso a gran prisa hasta donde estaba David Zebedeo, en el sendero alto. Cuando le dijo a David lo que había ocurrido, ambos se dieron prisa hasta las tiendas de los apóstoles dormidos e informaron a los ocho de la traición del Maestro y su arresto.
183:3.10
Mientras despertaban los ocho apóstoles, volvían los que habían huído a la hondonada, y se reunieron todos juntos cerca del lagar de aceitunas para discutir qué hacer. Mientras tanto, Simón Pedro y Juan Zebedeo, que se habían ocultado entre los olivos, ya se habían ido siguiendo a los soldados, guardianes y siervos que conducían a Jesús de vuelta a Jerusalén como si llevaran a un criminal desesperado. Juan los siguió de cerca mientras que Pedro se mantenía más distante. Después de escapar de las garras del soldado, Juan Marcos se consiguió un manto que encontró en la tienda de Simón Pedro y Juan Zebedeo. Sospechaba que los guardias llevarían a Jesús a la casa de Anás, el sumo sacerdote emérito; así pues, corrió a través de los olivares y llegó allí antes del grupo, ocultándose cerca de la entrada al portal del palacio del sumo sacerdote.